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JUDEOFOBIA O ANTISEMITISMO?

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    Canal5779
  • 4 feb 2019
  • Tempo di lettura: 3 min

(por Gustavo Perednik)


Hasta 1879, la judeofobia había arrasado comunidades enteras, destruido cientos de miles de vidas, sembrado desolación por doquier. Había dado lugar a mitos, miedos y enfrentamientos que inundaron de violencia la vida europea. Curiosamente, no tenía nombre.


Ese año Wilhelm Marr acuñó el término antisemitismo. Rechazó la voz antijudío porque percibió en ella una connotación religiosa que deseaba evitar. Marr no se consideraba enemigo de la religión de los judíos, sino de los judíos como grupo, cualesquiera que fueran las inclinaciones religiosas de sus miembros.


Su panflet, que alcanzó doce ediciones en un año, advertía del peligro de la influencia de los israelitas en Alemania y exhortaba a desembarazarse de ellos, sin importar qué pensaran o sintieran ellos mismos. La agrupación liderada por Marr tuvo corta vida, pero el palabrejo por él inventado tuvo una difusión descomunal, a pesar de que es patentemente defectuoso.


En primer lugar no hay “semitas”, salvo en la paleología o en la antropología. Sólo en la remota antigüedad hubo grupos semitas; hoy no existen, y resultaría absurdo englobar a un judío de Holanda, uno del Yemen y uno de Etiopía, junto con un árabe de Marruecos y otro de Siria, en la categoría de una “raza semita”.


Existen lenguas semíticas, que fueron catalogadas en 1781 por Arthur Schlözer sobre la base de las que se hablaban en el Medio Oriente antiguo; hoy en día perduran cuatro de ellas.


En segundo lugar, y más importante aún, personas contrarias a los semitas, no sólo no hay actualmente, sino que jamás existieron. Nunca se establecieron partidos, publicaciones o ideas que combatieran a “los semitas”. Más aún: la voz se presta a confusiones tales como que los árabes no podrían ser antisemitas “porque son semitas”. En suma, el antisemitismo no tiene nada que ver con los semitas.


Tres años después de Marr, uno de los precursores del pensamiento nacional judío moderno, León Pinsker, utilizó la definición más apropiada: judeofobia.


De las dos palabras se difundió la peor, a pesar de que la última es más precisa. En su prefijo señala el verdadero blanco de la aversión, y en el sufijo alude a su carácter irracional.


Es cierto que, en psicología, fobia responde a su origen griego de miedo. Se habla de ailurofobia (miedo a los gatos), nictofobia (a la noche) o claustrofobia (a los lugares cerrados). Pero en ciencias sociales tiene una connotación más cercana al odio, y no al temor. Así es xenofobia: odio a los extranjeros.


Nuestras justificaciones del uso de judeofobia en vez de antisemitismo incluyen motivos históricos, semánticos y lógicos. Un argumento adicional es ideológico. El prefijo anti combinado con el sufijo ismo sugiere una opinión que viene a oponerse a otra opinión, como en antimercantilismo, antidarwinismo o antiliberalismo. Pero la judeofobia no es una idea.

Jean-Paul Sartre sugiere que no permitamos al judeófobo disfrazar su odio de opinión. Precisamente, el uso de antisemitismo facilitó a los judeófobos adornar sus rencores con una aureola de criterio razonado, aureola que desdibuja su inherente irracionalidad.


Es de lamentar que incluso los ensayos que descalifican el término antisemitismo no ofrecen la alternativa que está a su alcance, y que los pocos historiadores que optan por el término correcto lo hagan tímidamente.


Uno de los historiadores admite haber supuesto que él mismo había acuñado la palabra correcta, hasta que consiguió rastrearla a un artículo de 1903. Olvidó que ya en 1882 el ensayo Autoemancipación hablaba de judeofobia. A su autor, León Pinsker le debemos la correcta definición de este odio, y también una vía original para explicarlo.


Otro autor concluye que “el fracaso de encontrar un mejor término para la enfermedad del antisemitismo, refleja cuán poco la comprehendemos”, y otro más se resigna expresamente a no hallar solución: “Usamos antisemitismo conscientemente, sabedores de cuán errado es el término”. En estas páginas no nos sometemos al error.


Probablemente, antisemitismo ha prevalecido debido a una inconsciente necesidad colectiva de diluir la especificidad del fenómeno. Se trató de una especie de evasión eufemística para no confrontar de modo directo una sociopatología milenaria.


Ahora bien: ¿quién responde a la definición? No caben en la misma categoría el que exhorta al exterminio de los judíos, junto con quien se limita a expresar ocasionalmente un disgusto superficial.


No debería utilizarse el mismo término para definir a un fanático sumido en una quimera que podría llevarlo a matar y, adosado a él, a una persona que alberga suspicacia hacia sus amigos judíos, o que de vez en cuando los critica. ¿Es acaso judeofóbico quien se permite un esporádico y ligero chiste antijudío?


La respuesta es que quienes portan estereotipos judeofóbicos, no son necesariamente judeófobos. La judeofobia se presenta en varios niveles, y el más tenue de ellos, el mero prejuicio nebuloso y abstracto, no alcanza para encajar en la definición de “odio”. Los judeófobos son una pequeña minoría, aun si no lo son quienes guarden prejuicios inconscientes.



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